La enseñanza y aprendizaje de las reglas ortográficas.
Reiterativo ha sido
escuchar decir que a escribir se aprende escribiendo, pero no basta con
enunciarlo, se debe entender el sentido completo de esta oración; ya que aprender
a escribir no surge de poner a los estudiantes a transcribir sus ideas o llenar
una hoja en blanco.
Para aprender a escribir se ha de
pensarse previamente, en el lector, en el tipo de texto, en la forma correcta
que tomarán las ideas, en la función que tendrá el texto o fin que se persigue
con su realización; es decir, aprender a escribir es adquirir y desarrollar una
serie de habilidades que hacen de esta competencia un proceso complejo.
Álvarez, T. (2010) señala que enseñar y
aprender a escribir o redactar un texto consiste en pensar a quien se dirige
dicho texto (destinatario, audiencia), qué se pretendemos conseguir con él
(intención), cómo se organiza el texto (planificación, textualización o
redacción propiamente dicha, revisión y edición), cómo se va a transmitir
(género, normas de textualidad y regularidades lingüísticas) y como motivar y
tutelar el proceso de escritura (guías de ayuda para antes, durante y después
del proceso de escritura).
En el caso de la ortografía como
habilidad inherente al propio proceso de escritura, su aprendizaje ha
emprendido la aplicación de una serie de estrategias por parte de docentes
desde los primeros niveles educativos con el fin de minimizar el problema. No
obstante una de las mayores dificultades a la hora de enfrentarse con el tema,
es la falta de estudios específicos sobre el mismo, así como el temor y
prejuicios que tienen los maestros respecto a este nivel de aprendizaje de la
lengua escrita (Camps, A.; Milian, M.: et. 2004, P. 5).
Dominar la ortografía se considera un
elemento base para la producción de textos; sin embargo poco se ha cuestionado
sobre la manera de incorporar este conocimiento al propio proceso de
escritura. Es decir, el aprendizaje de
las reglas ortográficas no es punto y aparte de la escritura; sino que, es
parte inherente de la escritura y como tal se tiene que enseñar y aprender en
conjunto. Enseñar a escribir no es enseñar ortografía, aunque para comunicarnos
por escrito es imprescindible conocer la norma ortográfica de la lengua
empleada” (Camps, 2004, p.41).
Por otra parte el propósito y el tiempo
que se le otorga a la ortografía actualmente, no es el mismo a como se atendía hace
varios años atrás, lo que ha generado que en muchos de los casos los maestros
no sepan de qué manera incorporar este aprendizaje en la enseñanza de un
aspecto preeminente, aprender a escribir.
Al respecto Camps, A.; Milian, M.: et.
(2004) mencionan que el valor dado a la ortografía varía según las épocas, las
diferencias técnicas pedagógicas o, incluso el criterio de las escuelas. Ya sea
que el aprendizaje de la ortografía sea el principal aspectos de la
escolarización o se considere como un conocimiento relegado a un segundo plano
por debajo de los aspectos más extensos de la representación gráfica.
Una consideración imperante en los objetivos educativos en México en
1992, eran los esfuerzos por la internalización de las normas ortográficas
mediante la repetición y el uso de las mismas mediante numerosos ejercicios,
muchos de ellos mal formulados.
Así por ejemplo los propósitos según el Plan de Estudios de la
asignatura de Español en Educación Secundaria proponían que…
Posteriormente, mediante la reformulación de la educación prescolar en
el 2004, de la educación secundaria en el 2006 y finalmente la integración de
la educación básica en el 2011 mediante el Acuerdo 592 por el que se establece
la Educación Básica la forma en la que se enseñan los contenidos de cada uno de
las disciplinas
Kaufman y Rodríguez (2003) resaltan que
es deber ineludible de la escuela que todos los que egresen de sus aulas sean
“personas que escriben”, es decir que puedan valerse de la escritura cuando lo
necesiten y lo hagan con adecuación, comodidad y autonomía.
El estudiante debe aprender a escribir
con un fin particular o lectivo, en situaciones de aprendizajes que movilicen
sus saberes previos y que lo inciten a poner en juego nuevas competencias;
tiene que aprender a escribir para la realidad, para contextos en los que se
tenga que valer de la escritura.
Al respecto Camps, A.; Milian, M.: et.
(2004) señalan que para el estudiante “solo tendrá sentido aprender ortografía
si esta es un instrumento para escribir textos que sean leídos, y no solo
corregidos, y que por lo tanto tengan una función”.
Por ello, es necesario mirar desde la
complejidad a la escritura, como se expuso en el apartado anterior, y no aprender aisladamente cada uno de sus
elementos; es decir, es inadecuado enseñar la ortografía alejada del propio
proceso de escritura, reglas de ortografía por un lado y composición escrita
por otro.
Ahora corresponde buscar los medios por
los cuales, sea el mismo estudiante quien intuya las reglas que rigen el
lenguaje, que perciba el modo de adecuar el lenguaje escrito a cada una de las
necesidades que se le presenten, que inserte sus ideas en géneros textuales de
modo coherente, que comunique sus ideas con adecuación.
Desde la complejidad, debe pensarse en
situar a las reglas ortográficas como parte conjunta del proceso de escritura,
se debe enseñar que el lenguaje tiene una estructura gramatical que le da
sentido y uniformidad, que está ahí presente desde la forma más mínima de la
escritura (palabra) hasta la más extensa (texto), por lo que es el estudiante
quien debe descubrir la forma gráfica correcta del lenguaje.
No obstante, llegado este punto, es
menester cuestionarse sobre si la perspectiva del profesor y la del alumno
influye en la practicidad de la ortografía y el texto como producto del proceso
de la composición escrita.
El rol del docente y del alumno en este
proceso son papeles diferentes pero relacionados entre sí; por un lado el
maestro debe ser capaz de “observar el proceso de escritura del estudiante y
como interioriza sus conocimientos; qué lugar ocupa la ortografía en el
conjunto de habilidades lingüísticas y qué relación tienen con el conjunto del
sistema de la lengua” (Camps, A.; Milian, M.: et. 2004, P. 5).
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